La erupción del volcán Calbuco de 1893 a 1895 (2ª parte)


© Carlos Eduardo Ibarra Rebolledo
Magister en Historia mención Historia de Chile.
Docente Ped. de E. M. en Historia y Geografía, Universidad San Sebastián.


La ciudad de Puerto Montt hacia fines de 1893, vivía atenta al comportamiento del volcán Calbuco, toda vez que desde febrero de ese año seguía en franca erupción, si bien la mayor parte de las localidades afectadas estaban cerca al macizo. Sin embargo, el 29 de noviembre se desató una violenta erupción de ceniza, lo que la hizo ascender por la fuerza de la misma, luego de lo cual sobrevino el rápido descenso de la nube que se formó como consecuencia del fenómeno, llegando a la capital de la provincia de Llanquihue, lo que generó gran pavor entre la gente. Según Carlos Martin “de muchos ánimos, principalmente de [las] mujeres, se apoderó el miedo. Y ya las calles quedaban tan oscuras que los transeúntes no encontraban su camino, hasta el extremo que unos tropezaban con otros o con los palos de los faroles, sucedía a menudo que algunos perdían la vereda, otros chocaban con la pared de una casa”. Martin continuaba describiendo que “ya la nube de polvo volcánico había alcanzado el nivel de la tierra y del mar. Se deshizo en una lluvia silbadora, pesada, aguda, punzante, dolorida, primero de piedras menuditas, después de arenilla, al fin del polvo más fino que se puede imaginar. (…). Todo objeto estaba cubierto por una capa de polvo ceniciento (…) como el polvo fino que cayó al fin y que siguió cayendo en menor cantidad durante unos días más (…). Por supuesto todos los techos estaban cubiertos de este polvo. (…) El mismo polvo cubrió la ropa y pasaron semanas sin que se pudiera borrar sus restos, llenó los bigotes de los hombres, el pelo de las mujeres, y era rebelde al lavado”. Según este médico el fenómeno de oscuridad cubrió un radio máximo de 60 kilómetros hacia el oeste.

Durante los meses que duró el evento, localidades como Ralún, Ensenada y La Poza fueron despobladas, así como todos los sectores cercanos al río Petrohué y la ensenada del Reloncaví, lugares que vieron destruidas sus cosechas y muerto su ganado. Los bosques cercanos fueron quemados, es decir, hubo una gran destrucción en áreas cercanas al gigante dormido.

En cuanto al minucioso detalle de la destrucción generada por la erupción del volcán, ello lo sabemos – por asombroso que parezca – gracias al testimonio de varios que, arriesgando su vida e integridad física, realizaron peligrosas expediciones cuando el volcán aún estaba haciendo erupción. De esas expediciones podemos rescatar el testimonio del profesor alemán residente entonces en Osorno Osvaldo Heinrich quien en compañía de tres colonos más llegó hasta uno de los cráteres del volcán. Heinrich señaló respecto a ese momento en particular: “de repente se abre delante de nosotros el cráter, y como encantados quedamos parados para mirar las gruesas masas de vapor que salen sin cesar de sus grietas”.


Hasta noviembre de 1894 y fines de febrero de 1895, todavía se veían llamaradas en el cráter y solfataras en la laderas del lado este, lo que Carlos Martin aseguraba pues él mismo fue testigo de ello en una de las tantas expediciones que se originaron como consecuencia de esta erupción. Hacia 1895 la erupción ya había amainado completamente.

Afortunadamente para nosotros, la mayor parte de las cenizas en las últimas erupciones del Calbuco después de la de 1893 – 1895 han ido a parar a la cordillera pero, paralelamente y en forma muy desafortunada, ha afectado a poblados y ciudades de la hermana república Argentina, tal como lo vimos hace un par de años atrás cuando hizo erupción el cordón Caulle (ladera del volcán Lonquimay) o cuando hace 8 años hizo lo propio el Chaitén, lo que no quita que exista un área de riesgo en las cercanías del Calbuco, sobre cuya base SERNAGEOMIN ha elaborado mapas con el fin de dar a conocer dichas zonas.

No está demás recordar que la naturaleza expresa su fuerza a través de lluvias, vientos, terremotos, maremotos y erupciones volcánicas. Ninguna de esas opciones es una excepción en nuestra angosta y larga faja de tierra. Válido es, por lo tanto, recordar estos hechos ya que ello nos ayuda a concientizarnos en torno a los peligros y riesgos que acompañan a estos fenómenos, información que debe estar disponibles frente a una eventualidad eruptiva que, vale señalar, solo la madre Tierra sabrá cuándo hará presente en nuestra vida cotidiana ya que, nunca debemos olvidar que nuestro planeta no es una parte de una naturaleza muerta sino que en realidad – según algunos geólogos – es un gran ser vivo que actúa y se comporta con propia voluntad, impredecible y poderosamente. Y aunque a nosotros nos resulte difícil de comprender, el vulcanismo reúne dos condiciones ambivalentes: para nosotros es un evento destructivo, desastroso y mortífero. Al contrario, para la naturaleza es un evento constructivo, creativo e inevitable ya que a la vez que el movimiento de placas tectónicas destruye las rocas que son absorbidas una bajo las otras (subducción), los volcanes crean nuevos territorios, tanto en los continentes como en el océano, por medio de la ceniza y la lava. Crea, en fin, nuevas tierras, islas, lagos y tras varios años, hermosos paisajes que hoy nosotros podemos disfrutar. De lo contrario, no tendríamos ni lago Llanquihue, ni lago Todos los Santos, ni estero Reloncaví, ni lago Chapo, etc. verdaderas joyas de nuestros paisajes locales. Aunque suene paradójico, y esto en perspectiva geohistórica, a ellos también habría que darles las gracias por crear la tierra donde hoy estamos viviendo.

La erupción del Volcán Calbuco de 1893 a 1895 (1ª parte)

Seo Services