Camilo Escalona Medina, Senador por la Región de Los Lagos
La violencia intrafamiliar es una acción de agresión irracional que destruye la familia y transforma a los seres humanos que la padecen en personas profundamente heridas, afectadas en lo más hondo de su integridad individual y, en muchos casos, las aleja de la actividad social, del grupo de amigos o vecinos, ante los cuales resulta imposible ocultar y, en consecuencia, reconocer tan terrible situación.
Esta es, de manera abrumadora, una agresión contra la mujer. Existe, pero son pocos casos, aquellos en que el hombre sufre el menoscabo y el empleo de la fuerza en el seno de la familia o de la pareja.
Sin embargo, esta acción de brutalidad pre-humana no sólo genera efectos devastadores en la mujer, sino que también destruye al hombre que la ejecuta. En muchos casos, lo transforma en un sádico, en una persona ruin, que practica una doble conducta: ante la sociedad se muestra civilizado y, en la intimidad, es un brutal golpeador.
Por el bien de hombres y mujeres, debemos sobreponernos a este flagelo. En la sociedad del siglo XXI no es viable financiar los gastos de la familia si no tienen empleos dignos y estables él y ella, es decir, ambos en el hogar tienen que aportar una cuota esencial.
Por ello, no sólo el amor, que puede debilitarse, sino que el buen trato, el respeto, el apoyo recíproco, son tareas y esfuerzos emotivos y prácticos que son fundamentales para evitar que la familia se disgregue y que sobre los niños recaiga un costo adicional en su labor de aprendizaje y de ir transformándose, día a día, en personas socialmente útiles, constructivas, sin complejos ni taras provocados por golpizas brutales que les dañaron irreparablemente en sus primeros años de vida.
Ahora bien, muchas veces, hay personas que callan este drama. Puede ser la misma mujer golpeada o su vecina. Si se trata de la primera, no denuncia al agresor por la vergüenza que le provoca el reconocimiento social de las humillaciones que sufre; en el segundo caso, se piensa que no hay que meterse en “líos ajenos”; no obstante, la violencia intrafamiliar, desgraciadamente, es un tema social, se ha convertido en un drama que lacera a demasiados hogares y ante el cual no se puede ni se debe callar.
Una sociedad que calla o elude su responsabilidad ante una patología social tan vergonzosa como criminal es una sociedad que está tolerando un veneno en su espíritu más profundo. Callar es una conducta tan desafortunada y lamentable como la de aquellos que justifican la violación de los derechos humanos.
Porque hoy, en muchas parejas jóvenes, hay casos de espantosos femicidios la sociedad debe despertar; porque callar le significa a aquel agresor que se convirtió en asesino una connivencia social. Ante el silencio el agresor asume la idea que “se podía hacer”, que la brutalidad y la agresión quedaría impune.
Por eso, rompamos el silencio que hace cómplice al que es testigo y no denuncia la violencia insensata que llega a ser criminal. En Los Lagos, salgamos al paso de esta violencia criminal. Por una vida digna y feliz, superemos este engendro prehistórico, que es la violencia intrafamiliar.