Paula Luna Ramírez
Directora de Pedagogía en Historia y Geografía
Universidad San Sebastián
Conmemoramos un nuevo aniversario de aquella gesta heroica ocurrida el 21 de mayo de 1879 en la rada de Iquique, en la cual jóvenes hombres de mar ofrecieron su vida en un combate desigual, ante un coloso de los mares: el monitor peruano Huáscar. Quizás algunos, los más pragmáticos, se preguntarán ¿por qué recordar una derrota?
Desde el punto de vista histórico, debemos en –primer lugar– explicar brevemente el contexto en el cual se desarrolló este acontecimiento, para así comprender mejor el por qué, pese a haber perdido, tuvo un significado dinamizador dentro del proceso bélico que vivía nuestro país.
Según Sater, “los primeros meses de la guerra frustraron al público chileno, el que se volvió contra sus gobernantes, a quienes creían mal dispuestos o incapaces de dirigir la nación”. Es preciso señalar que, desde la ocupación de Antofagasta, en febrero de 1879, la guerra pareció ralentizarse, provocando que muchos desertaran y culparan al gobierno por no preocuparse oportunamente de los pertrechos y aprovisionamiento del Ejército, por permitir que oficiales incompetentes estuvieran al mando de las tropas y por priorizar la política partidista más que los destinos del conflicto bélico. En la construcción de esta opinión, la prensa de la época contribuyó en gran medida.
Estas acusaciones, junto con la falta de iniciativa del gobierno, desilusionaron a quienes se encontraban –como decía un diario de la época– “encerrados en una atmósfera de impaciencia, de disgusto y de comprimida cólera, debido a la inercia y el desconcierto que se nota en los dirigentes de la guerra”.
Dado este descontento generalizado, el Combate Naval de Iquique representó un punto de inflexión. Según Fuenzalida, “la sociedad entera, en forma vertical y transversal, sintió el llamado de las armas. Esto nos lleva a que se enrolaron campesinos, obreros, profesionales, mineros, empleados públicos y estudiantes”. ¿El motivo? El honor de la patria estaba en juego, y como en el país existía añoranza de sacrificio e inspiración, según Sater, “se formó una atmósfera de opinión tal, que al producirse el hecho catalizador de Iquique, se aseguró la popularidad inicial de Arturo Prat, llevándolo hacia la prominencia nacional”.
En la actualidad, si bien estamos lejos de la coyuntura bélica que afectaba al país en 1879, también necesitamos “hechos catalizadores” que estimulen la identidad nacional de nuestra población, la que ha estado relegada al baúl de los ideales, que contadas veces se incentivan desde la escuela con un real significado de pertenencia a una historia, tradiciones, anhelos y esperanzas comunes.