por Carmen Bonnefoy
Decana de la Facultad de Ciencias Sociales
Universidad San Sebastián
Qué duda cabe, ha sido un año particularmente complejo y doloroso para nuestro país. No es sencillo recapitular los diferentes sucesos que han golpeado a nuestra Patria, no necesariamente por su cantidad y frecuencia, sino por la magnitud y alcance que han tenido, cada uno en su forma y momento. ¿Cómo hemos podido, no obstante todo esto, seguir adelante y continuar la vida con renovada esperanza?, quizás mirando el presente y el futuro con la confianza de quien supera una adversidad colosal – que ha caracterizado siempre al chileno- y que al mirarse a sí mismo y sus circunstancias, atesora la certeza de haber incrementado su fuerza, entereza y sabiduría.
El ser humano tiene la increíble capacidad de interpretar la realidad y más allá de los hechos objetivos, el efecto que éstos producen en el hombre depende de la experiencia subjetiva que antes, durante y después de cada situación se genera en cada uno de nosotros.
Podemos, por una parte, filtrar la percepción de un acontecimiento y mirar en ellos más que nada los aspectos positivos, como por ejemplo, agradecer que el terremoto no haya sido en medio de una jornada laboral y escolar, porque el desastre hubiese sido mucho mayor, o bien valorar a los héroes, conocidos y anónimos, que salvaron a tantos cuando ya se venía el tsunami o éste ya había golpeado las costas. Podemos decirnos que la intensidad del cataclismo ha sido record mundial, pero que ha pasado menos de un año y las ciudades y pueblos, recuperan su funcionamiento en una proporción considerable, sin por ello desconocer que falta mucho por hacer y que hay compatriotas que sufren cada día la angustia del quiebre permanente que ha dejado en sus vidas este terremoto. Podemos elegir mirar más que nada las lecciones de humanidad, de inteligencia, de creatividad y solidaridad que en cada tragedia se han configurado. Podemos maravillarnos entonces del milagro del rescate de los mineros de Atacama y de cómo una muerte inminente se transforma en una oportunidad de vida y renacimiento para estos hombre y sus familias, conscientes de que se trata de seres comunes y sencillos, pero que puestos en situaciones límites han sabido develar lo más profundo de su espíritu y con la ayuda de la ciencia y de la técnica, propia de la modernidad, tantas veces mirada como enemiga, salen victoriosos y dispuestos, incluso, a convertir esta experiencia en plataforma para nuevos emprendimientos. Nuestros mineros con su fortaleza interior y su posterior rescate han sido un ejemplo a nivel mundial. No olvidemos que poco tiempo después hubo un suceso semejante en China y otro en Nueva Zelanda y su resultado desafortunadamente, fue negativo.
Hay episodios de los que resulta más difícil rescatar algo a favor, es el caso, por ejemplo, del incendio en la cárcel de San Miguel y el choque del bus en la autopista del sol. En estas situaciones, quizás, lo único que cabe es la sincera solidaridad con las familias de los muertos y la creencia en que, esta vez sí, tales pérdidas de vida acicatearán a las autoridades y a la sociedad toda, para que desastres como estos no se repitan en el futuro.
Otra forma que tenemos de equilibrar el impacto de tantos momentos angustiosos es repasar los hechos más luminosos y afortunados que nos correspondió vivir en lo colectivo y en lo individual. Entre los primeros están, más allá de parecer un proceso habitual y normal, no deja de ser tranquilizador y signo de salud social, que hayamos transitado a un nuevo gobierno republicano y que éste haya podido asumir y desarrollar su labor al mismo tiempo que quienes antes ocupaban los puestos del ejecutivo ejerzan su labor fiscalizadora desde el parlamento u otras instancias de nuestra organización política. No olvidemos que la continuidad democrática no es un hecho cierto, que nos haya acompañado siempre durante los dos siglos de vida independiente.
Podemos también apreciar que la economía se recupera y que hay más esperanza para quienes buscan empleo o quieren cambiarse para conseguir otros de mejores condiciones y así cumplir con las expectativas familiares y personales, ojalá esto se profundice y realmente los años que vienen ofrezcan a todos los chilenos una vida digna y plena, en que el trabajo sea fuente de satisfacción y orgullo para cada hombre y mujer de nuestra patria.