César Díaz Cid
Director Escuela de Lenguaje y Comunicación
Universidad San Sebastián
En Memorias del tiempo viejo, don Luis Orrego Luco (1866-1948) hace un recuento de vida que se inicia en sus primeros años de infancia. Se remonta a 1870 para, desde su percepción de niño, recrear las Fiestas Patrias.
Hay en estas páginas prolija dedicación para describir en detalle el ambiente que se vivía en Santiago durante estas fechas, donde los jóvenes de la alta sociedad a la que pertenecía don Luis Orrego Luco ya salían a los paseos públicos a “pololear”, constatando que en esa época ya era común esta expresión tan chilena.
Algo que también se imprime en la memoria del pequeño es la exhibición de uniformes en los desfiles que ocurrían en el entonces llamado Campo de Marte. Aunque no lo llevaban, dice que lo sentaban en una mesa junto a la ventana para que viera el paso de las tropas. Destaca la elegancia con que la gente se vestía en estas fechas, y describe con preocupación la diversidad de atuendos de los diferentes participantes en las ceremonias oficiales. Por esa época, las tropas de caballería ya hacían exhibición de los timbaleros que asombraban a los niños con sus destrezas al desfilar al trote ejecutando sus instrumentos. Las cajas de guerra como las llama él. Acompañaban al niño de cinco años, amigos de sus padres, o conocidos de sus hermanos mayores entre los que estaban don Enrique Mac-Iver “y otros caballeros que solían tenerme en sus rodillas”.
Entre los tópicos de las autobiografías tradicionales destacan el relato del niño devorador de libros; los juegos infantiles y escenas de las primeras salas de clases al llegar la edad escolar. Los memorialistas chilenos, junto a los ya mencionados, subrayan dos tópicos recurrentes que aparecen incluso en las autobiografías actuales.
Uno de ellos es la descripción de las despiadadas guerras de piedras protagonizadas en las calles santiaguinas, en las que obviamente participa el narrador, como ocurre en Recuerdos de Treinta años de don José Zapiola, o en los Recuerdos del pasado de Vicente Pérez Rosales.
El otro tema al que siempre acuden las autobiografías de chilenos es la celebración del 18 de septiembre. Algunas del siglo XX como la escrita por Pablo Neruda, o en evocaciones más recientes, como las del hace poco fallecido ex senador Gabriel Valdés, también recrean en su estilo estos tópicos.
Neruda le otorga un tono más selvático en sus añoranzas y sustituye las piedras por bellotas silvestres. Para ilustrar lo que él denomina las “locuras” de una rama de su familia, don Gabriel Valdés relata una broma que en un 18 de septiembre hacen al presidente Jorge Montt en el teatro Municipal.
De manera que el “deporte” criollo de ejercitarse a pedradas por las calles de la capital no es invento nuevo en la vida de los chilenos. Como tampoco lo es el recordar como uno de los hitos más importantes de la niñez las festividades patrias. Desde la óptica que privilegie el autor, ambos tópicos están latentes en esta necesidad de recordar.