Luis Gajardo
Profesor de Historia y Geografía
Coordinador de Vinculación con el Medio
Universidad San Sebastián Sede De la Patagonia
El domingo 22 de mayo de 1960, a las 15:11 horas de la tarde se produjo el más devastador terremoto que recuerde nuestra historia, lo que no es poco, considerando que nuestro país ha sufrido desde sus albores una larga y destructiva serie de movimientos telúricos que nos sitúan entre los países más sísmicos del planeta y donde la experiencia de sufrir un terremoto de grandes dimensiones es parte de la vivencia cotidiana de un chileno.
Como señalaba un mediático geógrafo, medio en serio, medio en broma, un habitante de nuestro país vive en promedio a través de su vida tres terremotos, de los cuales a lo menos uno es de características muy destructivas.
Sin embargo, nada se asemejó a lo vivido aquella tarde del 22 de mayo en este terremoto que tuvo como epicentro la ciudad de Valdivia, un pujante centro industrial de la época, famosa por sus curtiembres, sus cervecerías y un sinnúmero de actividades económicas que daban muestra del tesón y capacidad de sus habitantes y que hacían de esta bella ciudad –la perla del sur- un verdadero polo de desarrollo en el sur de Chile.
El día anterior, 21 de mayo, se había producido un fuerte sismo que tuvo como epicentro la ciudad de Concepción. Este había cortado las comunicaciones con la capital, las cuales en la época eran obviamente bastante precarias y, por lo tanto, toda la preocupación estaba puesta en la zona del Bío Bio. Esto se grafica en que el Presidente de la República de aquel entonces, Don Jorge Alessandri ordenó suspender los actos en homenaje a las glorias navales e incluso el tradicional mensaje presidencial del 21 de mayo a fin de organizar la ayuda a las zonas afectadas.
Obviamente, nadie esperaba lo que sucedió. Un terremoto desmesurado, que casi sesenta años después de ocurrido, sigue siendo el más intenso desde que se pueden medir estos fenómenos de la naturaleza. Que destruyó ciudades enteras y alteró la fisonomía del relieve costero de nuestro país, que produjo innumerables víctimas fatales y un maremoto que arraso con todos los asentamientos costeros entre Concepción y Chiloé y produjo daños y muertes en lugares tan alejados como Hawái y Japón.
Por si fuera poco, los deslizamientos de tierra que produjo ocasionaron que se formara un dique en la desembocadura del Lago Riñihue, que amenazó durante semanas con arrasar la ciudad de Valdivia y que se pudo evitar gracias a la acción conjunta de la civilidad y las fuerzas armadas y que está magistralmente retratada en el documental “La respuesta”, filmado por Leopoldo Castedo.
Si bien, la cifra de fallecidos es del orden de las dos mil personas, y no parece exagerada si se compara con episodios similares ocurridos en otras partes del mundo, esta se explica porque la zona donde se produjo era en general de un poblamiento más bien escaso. Sin embargo, el daño económico que produjo fue descomunal; ciudades como Valdivia y Puerto Montt resultaron casi completamente destruidas, las actividades económicas que se desarrollaban en estas fueron severamente afectadas y el daño persistió por décadas. De hecho, Valdivia nunca recuperó el carácter industrial que tuvo antes del terremoto y las huellas de la destrucción aún eran plenamente visibles en la ciudad hasta bien avanzada la década de los ochenta.
Una mención aparte merece el recuerdo que dejó en las personas que lo vivieron. Estremecedores relatos de lo que fue la destrucción, el dolor de las pérdidas, materiales y humanas, pero también la solidaridad que llegó desde los más lejanos confines del planeta hasta los pueblos y ciudades de nuestro país afectados por la tragedia.
Hace algunos días, como todos los años en Valdivia, se recordó a las víctimas de este terremoto que cambió no sólo a la ciudad, sino que además las vidas de muchas personas y que para bien o mal es uno de los grandes hitos de la historia reciente de nuestro sur.