Sentarse a mirar el mar


Por Jorge Loncón


Se ha desatado un escándalo injustificable por el tema del borde costero y la altura de los edificios en Puerto Montt. Pero la cuestión es bien simple: si la gente quiere ver el mar, puede verlo perfectamente en televisión, los días domingo, en unos programas de lo más culturales que hay. Si no le gusta la TV, que busque fotos en el computador y si no le gusta el computador, que vea películas como “Popeye El Marino”, “Piratas del Caribe” o, en último caso, “Una Tormenta Perfecta”. Claro, porque la ciudad tiene que tirar pa’ arriba, y eso debe quedar demostrado en la construcción de edificios de treinta pisos con una altura mínima de ochenta y cuatro metros, para que nuestros turistas - en su mayoría - no echen de menos el lugar de donde vienen. En ese sentido, son señeras las torres gemelas instaladas en el borde costero, aunque demasiado pequeñas para nuestras aspiraciones. Hay que destacar, eso sí, que los constructores fueron tan, pero tan “identitarios”, que los vidrios parecen aguita de mar, lo que se traduce en una fuerte “sintonía con el entorno”.

También se necesitan varios terminales de buses, como el que se está construyendo en la actualidad y que se espera concluya en este siglo. Porque se está desperdiciando toda el área que va entre ese terminal y las torres gemelas. Podría llamarse a concesión para construir un terminal de buses que vaya a Mirasol, pero con grandes galerías donde la gente tenga que obligatoriamente pasar, mirar y tentarse con algún articulillo o bocadillo, antes de emprender el viaje al sector. Al lado, tendría que construirse otro terminal de buses, que vayan a Alerce, con similares características pero con otro concesionario, porque las cosas hay que repartirlas equitativamente, ¿no? Por último, se hace necesario un largo terminal en el tramo de las torres gemelas hasta la caleta Pichi Pelluco, para pasajeros que van a los sectores de la carretera austral.

Con esas medidas, quedaría convenientemente tapado el acceso al borde costero, porque esa es la idea, ¿cierto?. Sin embargo, un requisito “sine qua non”, sería que los edificios tengan una altura mínima de 84 metros, de tal forma que nadie pueda ver impunemente el mar. A partir de esto, hay un interesante negocio que podría implementarse, en pos de las arcas públicas, pero vía concesión, a privados, porque hay que concesionarlo todo: se podría habilitar una salida al mar, una franja, o algo así, pero donde la gente tuviese que pagar “un derecho a vista”, más la posibilidad de sentarse a mirar el mar, por períodos no superiores a 15 minutos, salvo que cancele un “alargue”

Como las propuestas deben ser serias, el pasadizo más adecuado para la salida al mar, sería la calle Ohiggins, desde arriba (Pdte. Ibáñez) hasta la costa misma, con un ancho máximo de diez metros, porque a los lados estarán los edificios de entre 28 y 30 pisos, muy funcionales al entorno, y que serán un ejemplo de cómo tiramos pa’rriba. Un paso posterior es que, quienes viven en sectores altos, deberán amurallar sus casas, salvo que compren una “merced de vista” al Municipio, que se les cobraría junto con las boletas de aseo domiciliario. Porque no puede haber gratuidad, en modo alguno: el mar es un bien de consumo, y quien quiera mar, que lo pague. Por cierto, el Municipio también podría firmar convenios con cajas de compensación, a fin de rebajar el costo de este “servicio” a personas de la tercera edad. Por último, para favorecer a los consumidores, puede establecer contratos con los supermercados locales, de manera que, al final de la compra, la cajera pregunte al cliente: “¿acumula puntos para sentarse a mirar el mar?”.


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