Ps. Nicole Chaigneau V.
Secretaria de Estudios Carrera de Psicología
Universidad San Sebastián
Después de los últimos acontecimientos en los que se ha visto involucrada una conocida Multitienda nacional, como sociedad debiéramos preguntarnos si realmente el camino del endeudamiento sostenido conlleva una mejor calidad de vida.
Bien conocidas son las facilidades para obtener tarjetas comerciales y por consiguiente, acceder a una mayor disponibilidad para adquirir todo tipo de productos. En estas últimas dos décadas hemos acomodado a nuestra vida diaria, la cultura de comprar todo lo que podamos en “cuotas”, siendo secundario el cuánto pagaremos en total por el producto o servicio adquirido. Tras este acto, que muchas veces se vuelve compulsivo, destaca un accionar basado en la inmediatez. El impulso de compra es justificado desde la necesidad, cuando no siempre lo es, y está especialmente dirigido a partir de una búsqueda de satisfacción inmediata de algún aspecto de la vida que pueda visualizarse como desprovisto o carente. Muchas veces el producto que se compra viene a satisfacer otras necesidades indirectas, como la obtención de reconocimiento o de algún valor adicional a la propia vida.
La distribución de la llamada canasta familiar, se ha ido modificando a lo largo de los años y el presupuesto doméstico hoy integra muchos productos que antes no eran requeridos como esenciales. En este marco, se produce un atractivo especial frente a palabras como liquidación, ofertas, descuentos, remate de precios, etc. Y en ocasiones se condiciona el ingreso familiar a bienes que no necesariamente constituyen una prioridad.
Existe hoy en día una enorme cantidad de personas que se encuentran endeudadas y que presenta síntomas ansiosos frente a la premura del cumplimiento de sus compromisos financieros. A veces se prefiere practicar la técnica de la Tortuga y esconder la cabeza ante esa avalancha de problemas, asociados a la necesidad de ponerle atajo a esta vorágine de pagos por deudas adquiridas. Se idealiza el tiempo en que las personas compraban sólo cuando podían hacerlo, pero a estas alturas cuesta detener el círculo vicioso de compra y endeudamiento.
Esta crisis financiera, todavía acotada, debiera estimular una acción más decidida para sincerar la vida; aprender a controlar los impulsos de compra, reconociendo cuáles son las verdaderas satisfacciones que se obtienen al ejercerlos. Quizá habría que comenzar por valorar aspectos más simples de la vida, que permitan una conexión real con estados de tranquilidad y sosiego, partiendo de la base de que somos los seres humanos los que construimos la realidad que queremos habitar.