Emilio Inostroza Andrade
Ingeniero Comercial, MBA y Doctor (C)
Director Ingeniería Comercial
Universidad San Sebastián
Mucho se ha hecho y se sigue haciendo con el propósito de expandir la cobertura comercial para una variada oferta de productos y servicios de factura nacional, cuyo destino es el mundo. En efecto, más de una veintena son los países con los que Chile ha suscrito no menos de medio centenar de tratados de libre comercio con posibilidad de acceder a un mercado de más de 4 billones de consumidores, y que representan algo así como el 80% del PIB global.
Este panorama de apertura comercial nos lleva a constatar en el diario vivir, sin reparar casi en ello, la gran variedad de marcas y modelos de vehículos transitando por nuestras calles o bien el impresionante crecimiento en la tasa de teléfonos celulares per cápita.
No menos sorprendente es ver la galopante incorporación de tecnologías de comunicaciones como herramientas de apoyo a nuestras tareas habituales, del tipo notebook, netbook, iPad, smartphones, email, Facebook y Twitter, entre otras.
Con todo ello, nos hemos ido transformando a pasos acelerados en ciudadanos que conversan de manera familiar, con todo tipo de innovaciones e “inteligencias tecnológicas”, las que nos sitúan casi como “ciudadanos 2.0”. Sin embargo, a la luz de lo que estamos viendo con el caso La Polar, ello no necesariamente se ha traducido en un “cliente 2.0”, quien sería alguien que –al menos– se informa y pondera sus posibilidades de pago en relación a ingresos sostenibles, priorizando sus necesidades responsablemente.
El comportamiento muy poco ético de algunos altos ejecutivos de esta empresa del retail, que adulteraron información para parecer lo que en realidad no era, la ilegalidad de las repactaciones a espalda de los consumidores y la “ingenuidad” por parte de estos últimos –al aceptar condiciones de pagos inviables– son el origen de que algo menos de 420 mil personas se transformaran en verdaderos rehenes del sistema.
A la luz de los innumerables cuestionamientos que han surgido –muy válidos todos, por cierto–, vale la pena preguntarnos como sociedad qué conclusiones estarán rescatando los “clientes 2.0”, muchos de los cuales aún no terminan sus carreras en la educación superior y ya son consumidores con líneas de sobregiro.