Por Carmen Birke
Docente de Psicología
Universidad San Sebastián
Los últimos acontecimientos nacionales vinculados a la educación que observamos en los medios de comunicación, reportan paros, riñas, carros lanza aguas, carabineros, líderes estudiantiles, gritos. Se habla de marchas pacíficas, que terminan en destrozos. Se ven personas encadenadas, mobiliario escolar transformado en pirámides, fogatas. Pérdidas millonarias.
Algunos se escandalizan, lo censuran y calculan las enormes pérdidas para el país y la educación, nuevamente afectada por conflictos que echan por tierra los tímidos intentos por emprender una mejoría. Otros se manifiestan a favor de ellos, pensando que de alguna manera hay que presionar para remecer la cadenciosa marcha de la educación, y que los estudiantes no tienen otra forma de manifestar y expresar sus genuinas demandas de una educación de mayor calidad y equidad.
Sin embargo, no es difícil observar que tras la forma de manifestarse aparece la fuerza de la violencia, que ha inundado los establecimientos educacionales en el país. ¿Violencia, agresión, bullying, hostigamiento? La orientación puede variar, pero la manifestación es la misma: violencia. En esta oportunidad ya no son culpables los establecimientos educacionales, o los directores. Ahora, los responsables son las autoridades educacionales a nivel nacional, el ministro de educación, el presidente.
Si bien es cierto que en un país libre todos tienen derecho a manifestar su opinión, las expresiones deben respetar la institucionalidad y las necesidades de todos los ciudadanos y, quien rompe, agrede o golpea, no lo está haciendo. Tampoco, quien no permite recibir educación a quien sí lo desea.
¿Qué hace la familia en esta situación? ¿Es desconocedora de las acciones en que sus hijos están involucrados? ¿Los impulsa a manifestarse de ese modo? ¿Fomenta la violencia como forma de expresión? La familia tiene una función primordial en cuanto al aprendizaje de las formas de resolver conflictos. Si los hijos viven insertos en un mundo donde los problemas se resuelven de manera violenta, habrán aprendido a hacerlo de ese modo. Constituye la principal institución formadora, a quien corresponde el rol de satisfacer necesidades emocionales de los hijos, a saber: establecer una relación cálida que les proporcione seguridad, brindar un cuidado atento a sus necesidades y una disciplina que los ayude a respetar ciertos límites.
Cuando se producen modelos educativos familiares que no garantizan estas condiciones, es probable que se generen comportamientos agresivos en los hijos. Si a ello le sumamos un entorno social donde la violencia se ha normalizado, no podemos sorprendernos que cada vez que hay una lucha por alcanzar algún objetivo, ésta se realice por medio de la violencia.
La familia no debe buscar culpables externos en el aprendizaje de comportamientos violentos en los jóvenes. Más bien debe preguntarse ¿qué debo hacer yo?, o ¿qué he dejado de hacer?, para producir un resultado como éste.