por Niksa Cottenie
Directora carrera Psicología
Universidad San Sebastián
El SIMCE es un indicador como otros, que da cuenta en definitiva de las escasas habilidades cognitivas que hemos desarrollado a nivel país. En este sentido, se hace fundamental ir más allá y no quedarse sólo con las cifras, sino que preguntarse cuáles son los factores que están afectando el rendimiento. Desde esta perspectiva, nos enfocaremos en los aportes de la formación inicial tanto de los alumnos como de los docentes.
Los resultados obtenidos son producto de todo el proceso de estimulación al que el niño se ve expuesto desde el inicio de su vida, el capital cultural de su familia y del entorno en que se inserta. Desde esta perspectiva la estimulación a temprana edad cobra relevancia, demostrándose que la inserción en los niveles preescolar, se asocian positivamente con el rendimiento. Un niño que es enfrentado a problemas y que debe crear estrategias para resolverlos, se ve obligado a desarrollar sus habilidades cognitivas, experimentando con su medio, ensayando alternativas y evaluando la eficacia de su comportamiento. Más allá de la perfección de sus resultados, es el proceso y la interacción con situaciones problemas, los que lo hacen competente y abierto a las oportunidades de aprendizaje, siendo su actitud un pilar fundamental, en una etapa de la vida en que el cerebro es más plástico al medio.
Cuando observamos a un niño pequeño, nos damos cuenta que están intrínsecamente motivados a buscar desafíos y espacios para poner en práctica sus habilidades, ellos son protagonistas, amantes de la acción. No obstante, a medida que avanzan en el sistema escolar van tomando un rol más pasivo, orientado a la recompensa directa. Desde esta óptica no estamos aprovechando el potencial que traen en sus manos, y en la medida que se favorezca un rol pasivo en el aprendizaje, requeriremos ser cada vez más directivos, creando una cultura de la dependencia. La teoría nos muestra claramente que los métodos de enseñanza activos son más efectivos que los métodos pasivos, que la participación y compromiso de los padres se relaciona directamente con el rendimiento, que los sistemas de enseñanza que incentivan la colaboración entre pares favorecen el intercambio y consolidación de los contenidos, en definitiva que lo que se construye en la sala de clases es determinante.
De acuerdo a ello, surge la inquietud con respecto a la formación docente y las condiciones en que se realiza la docencia. La literatura muestra que la formación docente de pregrado, es mucho más definitoria en la calidad del profesional, que la especialización en el ejercicio profesional. En esta instancia se establecen las bases y se crean los esquemas básicos que fundamentan el desempeño profesional, otorgando pautas de acción que se aplican a lo largo de la carrera. Con lo anterior, no se desconoce la necesidad de especialización constante, sino que por el contrario, se apunta a la consolidación de competencias para la acción en la etapa más plástica de la formación docente. Con ello, la especialización va enriqueciendo la experiencia y aportando conocimiento que serán transferibles al alumnado. Mucho énfasis se ha hecho sobre la metodología de enseñanza, lo que debe acompañarse de un acabado conocimiento de las materias, dado que ello facilita el encontrar formas alternativas de aproximar al alumnado al conocimiento.
Con todo lo expuesto, la invitación es a mirar más allá de las cifras, a dar una mirada amplia de los procesos, generando cambios en los roles que cada uno desempeña en la formación de las nuevas generaciones. Un puntaje, puede ser un indicador de la adquisición de un conocimiento específico, pero no un número que limite las reales posibilidades de cambio de las personas en formación.