Carta Abierta de la Arquidiócesis de Puerto Montt dirigida a la comunidad católica donde aborda la situación social por la que atraviesa nuestro país


Puerto Montt, 24 de octubre de 2019.

Carta abierta

Querida comunidad Católica de la Arquidiócesis de Puerto Montt:

He querido escribir estas líneas, que serán leídas al final de las Eucaristías de este domingo, para animarlos en la fe y acompañarlos en estas difíciles horas que vive nuestra patria.

No podemos negar que muchas de las reivindicaciones que se hacen presente en la calle, tienen mucho de verdadera búsqueda de la justicia y equidad, se desea legítimamente un Chile más justo, mas inclusivo, sin diferencias arbitrarias que clamen al cielo.

Pero, no olvidemos, que como ciudadanos de esta patria, la democracia que tanto nos ha costado reconstruir, tiene sus espacios legítimos de discusión, que gracias al ejercicio voluntario del voto, nos permite darnos las autoridades que queremos, tanto en el gobierno como en el parlamento, procurando de ese modo los cambios que queremos para el país.

Pretender que quien ejerce violencia contra sus hermanos, puede ser más escuchado, es abdicar de nuestra democracia. Defendamos lo que tanto costo reconstruir, nuestra libertad de elegir, de decidir lo que queremos.

Quisiera invitarlos a escuchar las palabras del libro del Génesis: “Y Caín dijo a su hermano Abel: vayamos al campo. Y aconteció que cuando estaban en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató. Entonces el Señor dijo a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guardián de mi hermano? Y El le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra...” ( Gen. 4, 8-10).

Hoy el Señor nos vuelve a preguntar a todos: ¿dónde esta tu hermano?... ¿qué responderemos?...

No podemos volvernos ciegos y sordos para no ver lo que nos acontece, desde pensiones miserables, pasando por un sistema de salud indigno y terminando con un Chile que pareciera vivir dos realidades, una del primer mundo, y otra comparable a países del tercer mundo. Un consumo que nos lleva a endeudarnos cada vez más, con familias que viven prácticamente para pagar deudas. Todo esto “clama al cielo”. Como indican estudios 1internacionales indiscutibles: “La desigualdad de ingresos de Chile es la segunda más alta de los países de la OCDE, después de México. El ingreso promedio del 10% más rico de la población chilena es 19 veces mayor que el ingreso del 10% más pobre, en comparación con el promedio de todos los países de la OCDE” Todo lo anterior no nos puede dejar indiferentes, cada católico debe comprometerse a superar brechas, a disminuir desigualdades, a experimentar que nuestro tejido social lo construimos más fuerte desde un compromiso que nos hace sentir a todos como hermanos, donde nadie se sienta excluido del desarrollo.

Fortalezcamos las juntas de vecinos, las agrupaciones de jóvenes, de adultos mayores, los gremios, los sindicatos, etc., acrecentemos la participación democrática mediante los entes que la misma sociedad civil se ha dado, es el camino de la democracia que debemos transitar.

Lamentablemente, las reivindicaciones que se han hecho presente estos días, ha llevado a que grupos minoritarios hayan provocado destrozos y saqueos a diversos comercios y propiedad pública, esto no es admisible bajo ningún argumento, y debemos condenarlo con la máxima fuerza. Se nos vuelve a hacer la pregunta: ¿dónde está tu hermano?; ¿no importa la fuente de trabajo destruida para el padre de familia?, ¿no interesa destruir y quemar, para que otro venga después a limpiar?, ¿a quien afecta tanta destrucción?, no tengo la menor duda que es a los más pobres.

El Papa Francisco ha señalado permanentemente los efectos negativos que el sistema económico imperante tiene sobre la dignidad de las personas, sobre todo aquéllas que quedan descartadas del propio sistema, denunciando la “materialización” de nuestra existencia y la idolatría del dinero. La Doctrina Social de la Iglesia, también nos orienta, recordándolos el destino universal de los bienes, el que la economía esta al servicio del bien común y la dignidad del trabajo.

Como señalaba en la homilía del 18 de septiembre pasado: “Nuestra preocupación como sociedad y como región, tiene que estar necesariamente puesta en esos hermanos y hermanas que no viven en condiciones dignas o que sufren la discriminación o desigualdad.

La mirada al hombre, en su realidad completa, es condición necesaria de la vinculación a Dios; la fe necesariamente se encarna, se hace prójimo, se vuelve tangible, y nos aleja de una fe “aséptica” en que nos entendemos sólo Dios y yo, donde la indiferencia hacia el prójimo se vuelve tranquilizadora de la conciencia, en cuanto unas cuantas oraciones me
liberan del compromiso con la justicia, la equidad y condiciones mas dignas para todos”.

Hermanos y hermanas, los invito humildemente a que superemos el miedo que nos inmoviliza, desde nuestra fe tenemos los
elementos para escrutar los “signos de los tiempos” y dar una respuesta coherente con el Evangelio de Jesús a todo lo que estamos viviendo. Tengo la certeza que el diálogo entre los actores sociales, la responsabilidad de los políticos y los gobernantes, poco a poco irá restableciendo la calma y la paz perdida, que sabremos aprender de los errores y que podremos seguir construyendo un país donde nadie se sienta excluido del desarrollo, donde todos podamos experimentar que somos hermanos, con un destino y futuro compartido.

La pregunta, ¿dónde esta tu hermano? nos sigue interpelando hoy, es Dios quien nos la hace. Por lo mismo, no olvidemos que el Señor se hace presente en nuestra historia y nos pide una respuesta de fe y justicia. Una sociedad que excluye a Dios de su vida, está destinada a destruirse, una sociedad sin Dios se vuelve contra el hombre.

Les pido fervientemente que intensifiquemos nuestra oración en estos días, tanto personal como comunitariamente: el rezo del Rosario a nuestra Madre la Virgen, la adoración eucarística, etc. Necesitamos traer al Señor a nuestros corazones y en medio de nuestras ciudades. Descubrir la presencia amorosa y poderosa de nuestro Padre Dios, experimentar su ternura, vivir abandonados y llenos de confianza en sus manos, desterrará inexorablemente los miedos y temores del corazón. Pidamos que el rey de la paz, este en el centro de los corazones y de la sociedad.

Que desde una misma Fe podamos seguir trabajando en lo que el Señor nos pide, sin odios y violencias, donde todos actuemos con responsabilidad: políticos, gobernantes, dirigentes sociales, gremiales y sindicales, etc., que todos construyamos el país que soñamos.

Al amparo de María Santísima nuestra Señora del Carmen, nos acogemos, que ella, nos cuide y proteja de divisiones y enfrentamientos, y que bajo su manto bendito, nos acoja como hermanos y hermanas de su Hijo.

Fr. Ricardo Basilio Morales Galindo. O. de M.
Administrador Apostólico
Arquidiócesis de Puerto Montt
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