Rodrigo Muñoz Alvarado
Docente de Pedagogía Media en Inglés
Universidad San Sebastián, sede De la Patagonia.
Como “un duro revés para el gobierno” ha sido catalogado –desde la prensa- el rechazo al proyecto de ley Admisión Justa por parte de la cámara de diputados. Si bien, esto puede ser visto desde un punto de vista legislativo, lo realmente interesante de esta diferencia reside en el claro antagonismo de las posturas en lo referente a uno de los cometidos fundamentales de la educación: su rol transformador.
Probablemente, la idea fuerza empujada de manera más explícita por los gestores de este proyecto es la de asegurar una educación pública de calidad, por medio del acceso a establecimientos “emblemáticos” para aquellos estudiantes que han demostrado una vocación por el mérito.
Es aquí donde entramos en un terreno delicado y lleno de subjetividades. Según la RAE, el mérito es una “acción o conducta que hace a una persona digna de premio o alabanza”. No obstante, al revisar la propuesta legislativa, pareciera ser que las únicas acciones que permiten a los estudiantes ser “dignos de premio o alabanza”, están circunscritas a las “notas”, al “ranking” y a las “pruebas de admisión”.
Algunos expertos en educación de países de habla inglesa hablan del fenómeno “diamonds in, diamonds out” (algo así como “diamantes entran, diamantes salen”), para referirse a las instituciones educativas reconocidas por los altos niveles de exigencia en sus requisitos de ingreso, y de paso cuestionar su efectividad y su verdadero rol transformador. O sea, si un estudiante ingresa siendo ya un “diamante”, no cabe duda de su calidad al momento de egresar.
Ante ello, resulta positivo reflexionar sobre el “mérito” de una institución que busca asegurar el ingreso de los mejores estudiantes. ¿puede alguien sorprenderse de que dicha institución tenga buenos resultados académicos y, en consecuencia, consolide su prestigio? ¿De quién es el “mérito”, entonces? ¿es de la institución, del estudiante, de la familia del estudiante? Además, resulta por lo menos llamativa la concepción de “mérito” que se busca promover.
Muchos coincidiremos en que un promedio 6, por ejemplo, es bueno. Sin embargo, las condiciones bajo las que se obtuvo dicha calificación pudiesen hacerla más, o menos, “meritoria”. En este sentido, ¿es un promedio 5.5 obtenido en condiciones de vulnerabilidad menos meritorio que un promedio 6 en condiciones favorables? Pareciera ser que existe una diversidad de factores que afectan y explican el mérito de un resultado obtenido, pero estos factores no fueron considerados en el proyecto de ley hace poco rechazado, tal vez precisamente por lo difícil y subjetivo que resultaría añadirlos a la ecuación.
Como sociedad, debemos creer en el rol transformador de la educación y celebrar a aquellas instituciones que, sin importar al estudiante que reciben, son capaces de transformarlo en una persona integral.