Por Jorge Loncón
Hace unos años, producto de una revolución interna de triglicéridos (hermosa palabra), dí con mis huesos – perdón, con mi grasa – en una clínica local, afectado de un pequeño patatús a la cuchara. Llegó una amiga a verme y no encontró nada mejor que decirme: “o sea que tienes corazón”. Su observación me hizo entrar en pánico. En otra ocasión, una periodista de este diario, en una nota para el día del niño, escribió: “aunque usted no lo crea, Jorge Loncón también fue niño”. Mi nivel de pánico se elevó a un 200%. En esa época, tuve que usar una pastillita sub lingual, un poco antes que el corazón agarrara vida propia y se fugara a saltos por la boca, con rumbo desconocido. Las observaciones anotadas, obviamente, me descorazonaron a tal punto, que me propuse cambiar forma de vida y percepción de la gente. Llegué a extremos insospechados, a situaciones límite: empecé a comer lechugas; salí a caminar hasta la esquina de mi casa; encontré simpático a Fernando Flores y coherente a Adolfo Zaldívar. A tanto llegó mi amor por el prójimo, que me arriesgué a leer (completa) una novela de Isabel Allende y, peor aún, en un acto suicida, leí las portadas de todos los diarios por varias semanas, proponiéndome encontrarles alguna virtud. Fracasé estruendosamente, pero la intención es lo que vale.
Traigo esto a colación, porque se dice que con la nueva ley de transparencia, es posible que en el mediano plazo el personal femenino del sector público deberá usar ropa transparente, lo que me provoca aceleraciones cardíacas anticipadas y de insospechadas repercusiones en el ámbito del acoso laboral y sexual. Hay que entender la diferencia que hay entre publicar el sueldo de un funcionario – es decir, dejarlo en pelotas - a que un funcionario se desenvuelva entre especímenes en pelotas. El asunto es de miedo, pánico incluso, porque la transparencia gana terreno a pasos agigantados y no descarto tener que usar – otra vez – pastillitas sublinguales.
En el barrio en que vivo, habitan funcionarios del servicio público, conocidos, desconocidos, sanos o cocidos y es una delicia disponer de sus datos, porque nada es más entretenido que acceder a la vida transparente de los otros (privada le llamaban antes) , a fin de especular como el sentido común ordena. En efecto, sorprendí a uno de ellos comprando AL CONTADO las provisiones mensuales, lo que es altamente sospechoso, porque según el sueldo que gana, debiera pagar con tarjeta, en tres cuotas precio contado, sin interés. Investigué a la señora del ciudadano – que trabaja en otro servicio público -, sumé las dos rentas, saqué las cuentas de cuánto pagan en el colegio de sus hijos, investigué el monto de su dividendo mensual y, simplemente, no le da. Además, el tipo en cuestión, rato después estaba en una farmacia coludida comprando “ciruelax”, porque, según me dijo, no podía “hacer caca”, cuestión más sospechosa aún, considerando que los funcionarios públicos estamos cagados y con la caca al cuello.
Creo que hay que poner estos datos en conocimiento del Consejo para la Transparencia, cuando sesione a puertas cerradas, a fin de que ordene una investigación. Y no me parece que a nosotros, los ciudadanos, sólo se nos informe del sueldo del tipo: DEBEMOS SABER CÓMO GASTA SU PLATA. Al respecto, sugiero que una vez al mes, el fulano presente su lista de gastos para que la ciudadanía se informe como corresponde y que el Consejo apruebe los gastos. No debe olvidarse que los vecinos tienen derechos inalienables respecto a las finanzas del funcionario público que vive al lado.
Si al funcionario en cuestión se le muere un pariente y le deja unas lucas de herencia, hay que informar a Gobierno Transparente, porque la ciudadanía – y los vecinos, en particular - tienen derecho a saber por qué el tipo está pintando su casa y comprando leña de ulmo seca a ocho lucas la vara, cuando, presupuestariamente, corresponde que la pintura de la casa continúe descascarándose y que compre leña de brosa mojada, a cuatro lucas la vara. Debe informarse también en Gobierno Transparente la fecha de nacimiento del fulano, a fin de observar cómo celebra su cumpleaños, si corre el tinto o el blanco, cuántos invitados tiene y si algún jefe lo acompañó en la celebración. Gobierno Transparente debe velar porque ningún subordinado se relacione con el jefe, pues el peligro de colusión – cuando no de colisión – es inminente.
Las bruscas subidas de peso, revelan buena vida. Es necesario informar cada vez que el fulano suba de peso más de un kilo y 30 gramos, pues la ciudadanía debe estar informada y cualquier ciudadano debe tener derecho a saber cómo se está alimentando el funcionario público. Cada vecino de un funcionario público, deberá tener “en la mira” al susodicho y denunciar cada vez que el funcionario salga a la plaza de la ciudad a tomarse un helado con su familia, porque este no es tiempo de helados y además, están caros.
También es necesario transparentar las listas de postulantes a donación de órganos, sobre todo, cuando se trata del reemplazo de un testículo. No es cuestión de que un implemento como ése, se le entregue a funcionarios públicos saltándose las listas y sin que nosotros los ciudadanos hayamos sido informados del grupo de sangre, de las radiografías, escáneres y demás cuestiones propias del evento y si después de la operación el tipo quedó más cargadito para un lado que para el otro.
A futuro, debe ser requisito indispensable que el aspirante a la función pública no tenga parientes. Es recomendable que hayan fallecido padres, hermanos, abuelos, tíos, sobrinos, porque en algún momento puede darse que parientes sanguíneos quieran , hayan querido o estén trabajando en el servicio público. Mas aún, Gobierno Transparente debiera implementar un plan piloto, para que los funcionarios del futuro nazcan absolutamente huérfanos, y así ahuyentar el fantasma del nepotismo. Los hermanos, los primos, los parientes cercanos y lejanos de los funcionarios, no deben tener la desfachatez de querer trabajar en el sistema. No importa que tengan títulos por kilos. La transparencia es la transparencia.
Como siempre, en estas cosas, el sector privado ha llevado la delantera. No olvidemos que desde los inolvidables días del régimen militar, las empresas eran tan transparentes que hasta surgieron las de papel. Pero no sería malo que se crearan portales de Empresa Transparente. La prensa - en este tema - es fundamental, porque cumple un rol fiscalizador, y como los fiscalizadores deben ser ejemplares, sería muy bueno conocer en portada los sueldos máximos e ínfimos de la prensa nacional y local.
También hay que comprender que todos somos iguales ante la ley, pero la sabia expresión reitera aquello de que hay algunos más iguales que otros. Porque en un mismo servicio público no puede trabajar ni el papá ni el hermano ni el primo ni el abuelo del funcionario. En las Fuerzas Armadas, es importante que quien postula sea hijo, hermano, nieto del coronel A o del general Z. Es comprensible. Se trata de la familia militar. Y es comprensible que las FF.AA no muestren sus sueldos por “seguridad nacional”: puede que los sueldos sean tan bajos que nuestros soldados estén desnutridos y se envalentonen los peruanos sin esperar a que Haya. Pero las FF.AA siempre han sido una excepción. Recuerdo que cuando se instauró el sistema de AFP, el gobierno militar llamaba a todos los chilenos a cambiarse al nuevo sistema, porque el nuevo sistema era la raja. Pero los militares – muy sacrificados ellos – no quisieron ganar plata, preservaron su “caja” y jubilan la raja.
Por último, creo que en Gobierno Transparente debiera instarse a los funcionarios a transferir sus recursos e intereses a otras personas que no estén en la función pública. Particularmente, todos los meses le entrego el sueldo enterito a mi esposa. Ese acto, es lo más parecido que conozco a un fideicomiso ciego. Y cuando a ella las cuentas no le cuadran, entro en pánico, palidezco tanto que llego a quedar transparente, me pongo una pastillita bajo la lengua, le recuerdo a mi esposa que el fideicomiso es ciego y procedo a quedarme sordo y mudo.
Fuente:
Archivos Ele (por Jorge Loncón)
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