por Loreto Kemp
Presidenta Regional
Evópoli Los Lagos
- Los populistas siempre aparecen en tiempos de crisis. Su discurso suena atractivo, pero la historia nos ha mostrado que sus estrategias suelen conducir a la erosión de la democracia. Johannes Kaiser no es la excepción. Estas son las señales de alerta que no podemos ignorar.
Chile no es el primer país que enfrenta la irrupción de un político que se presenta como “outsider”, que ataca a la política tradicional y promete soluciones radicales a problemas complejos. La historia está llena de ejemplos de líderes que han explotado la frustración de la gente para escalar posiciones, pero que terminan debilitando las democracias desde dentro.
En Cómo mueren las democracias, Steven Levitsky nos advierte sobre cuatro señales clave para reconocer a políticos con tendencias autoritarias antes de que sea demasiado tarde:
1 Rechazo o escasa tolerancia a las reglas democráticas: Cuando un líder dice que las instituciones son un obstáculo y que solo él puede arreglar el país, hay que estar alerta.
2 Negación de la legitimidad de sus adversarios: No ven a sus oponentes como rivales políticos, sino como enemigos que deben ser eliminados del debate.
3 Tolerancia o fomento de la violencia política: Cuando justifican el uso de la fuerza contra opositores o sectores de la sociedad, la democracia empieza a estar en riesgo.
4 Disposición a restringir libertades civiles y atacar a la prensa: Buscan controlar los medios, deslegitimar la crítica y acallar cualquier oposición con discursos de odio.
Si aplicamos este test a Johannes Kaiser, las coincidencias son preocupantes. Su desprecio por la democracia representativa, su ataque constante a los medios y su retórica de confrontación siguen un patrón claro de cómo empiezan las erosiones democráticas.
Las Red Flags de Johannes Kaiser: Las señales de alerta están sobre la mesa
1. Un país dividido en buenos y malos
Uno de los mayores riesgos de figuras como Kaiser es que no construyen, sino que destruyen. En su mundo, no hay espacio para los matices: si no estás con él, estás contra él. Su estrategia política no se basa en la deliberación ni en el intercambio de ideas, sino en atacar sin tregua a sus adversarios.
Esto no es accidental. Es una táctica diseñada predecible de los demagogos para ganar relevancia a costa de profundizar la crisis de representación. En lugar de buscar acuerdos, genera enemigos. En lugar de sumar, resta. Su discurso de guerra cultural es perfecto para las redes sociales, pero nefasto para la política real.
2. Seguridad: Autoritarismo en nombre del orden
Sí, Chile enfrenta una crisis delictual grave. Pero el problema no se soluciona con mano dura sin inteligencia ni estrategia.
-Quiere aumentar las penas, pero no propone cómo mejorar el sistema de justicia para que los procesos sean más eficientes.
-Quiere más policías en las calles, pero no habla de aumentar su capacitación ni de combatir la corrupción dentro de las instituciones.
-Quiere "limpiar Chile de delincuentes extranjeros", pero su propuesta se limita a frases incendiarias como "Bolivia los va a recibir por las buenas o por las malas", sin explicar cómo ejecutarlo sin vulnerar tratados internacionales ni generar conflictos diplomáticos.
La seguridad no se trata solo de castigo, sino de prevención, inteligencia y fortalecimiento institucional. Usar solo el castigo es instrumentalizar el miedo para generar emociones, sin plantear políticas eficaces. Es populismo puro: ofrecer soluciones drásticas que suenan bien, pero que no tienen sustento real.
El miedo moviliza, y los populistas lo saben. Pero cuando un político usa la seguridad como herramienta de campaña y no como un problema que requiere soluciones serias, el resultado es más ruido que efectividad. Y es ahí donde Kaiser se queda vacío: en vender promesas de "mano dura" que no tienen viabilidad sin una estrategia integral.
3. Un plan económico a medio párrafo
Si hay algo que los liberales sabemos bien es que un mercado sano necesita reglas claras y políticas responsables. Kaiser, sin embargo, tiene una idea casi dogmática del libre mercado, donde eliminar impuestos y desregular todo mágicamente traerá crecimiento.
Pero la historia ha demostrado que el crecimiento económico no se logra con improvisaciones:
Reducir impuestos sin un plan serio genera déficit fiscal. No es casualidad que países con economías exitosas mantengan impuestos razonables, con políticas que fomentan la inversión y el emprendimiento.
Desregular sin control fomenta el abuso. El mercado es la mejor herramienta de desarrollo, pero requiere competencia real, instituciones sólidas y regulación mínima pero efectiva para evitar la captura del poder económico por unos pocos.
Privatizar no siempre es la solución. Su idea de vender todas las empresas del Estado sin un análisis previo es irresponsable. El caso de ENAP y Codelco no es blanco o negro; se necesita una modernización de su gestión, no simplemente regalarlas al mejor postor.
El problema con Kaiser no es que defienda el libre mercado, sino que lo hace con una visión caricaturesca, sin entender que el crecimiento requiere planificación y estrategia.
4. El feminismo como enemigo imaginario
Pocas cosas han marcado más su perfil que su rechazo al feminismo. Para Kaiser, la lucha por la equidad de género no es un avance social, sino una amenaza. En sus discursos minimiza la violencia de género, y ridiculiza los derechos reproductivos.
Más allá de sus opiniones personales, lo peligroso es que su discurso valida y normaliza ideas que refuerzan la desigualdad. No se trata de imponer una ideología, sino de reconocer que la equidad de género es clave para el desarrollo social y económico de cualquier país moderno.
El liberalismo se basa en la igualdad de oportunidades. Y en este punto, Kaiser está completamente fuera de lugar.
Gobernar no es un show de YouTube: Chile necesita liderazgos serios
La política no es un espectáculo ni una guerra de memes en redes sociales. Gobernar un país exige responsabilidad, visión y compromiso real con el futuro de la gente.
El problema con Kaiser no es solo que sea polémico. Es que su discurso vacía el debate público y reemplaza las soluciones reales con un show de confrontación. Su estrategia es clara: gritar más fuerte que los demás, deslegitimar a sus oponentes y vender promesas que no tienen viabilidad alguna.
Pero Chile no puede darse el lujo de seguir alimentando la política del ruido y la indignación fácil. Necesitamos líderes que construyan, no que destruyan. Líderes con propuestas concretas, con la capacidad de unir en lugar de dividir, con una visión de país que vaya más allá del titular escandaloso.
Los países que avanzan no son los que caen en la trampa de los demagogos, sino los que saben reconocerlos y frenarlos a tiempo. Chile no necesita más personajes jugando al caudillo en redes sociales. Chile necesita estadistas.
Los liderazgos serios no buscan encender conflictos artificiales, sino resolver los problemas reales de la ciudadanía. No construyen su carrera política sobre la polarización, sino sobre acuerdos. No buscan aplastar a sus adversarios, sino convencer con argumentos.
Porque gobernar no es un monólogo, es un acto de responsabilidad con el futuro.
Y Chile merece mucho más que un político que grita fuerte, pero no tiene nada que ofrecer cuando se apagan las cámaras.