jueves, enero 24, 2013

Discurso de Camilo Escalona en inauguración de Eurolat


MÁS DEMOCRACIA ES EL CAMINO
DISCURSO DEL PRESIDENTE DEL SENADO, CAMILO ESCALONA, EN LA INAUGURACION DE EUROLAT EN CHILE. SALON DE HONOR EX CONGRESO NACIONAL. 24 DE ENERO DE 2013


Amigos invitados:

Bienvenidos a Chile. Me enorgullece recibirlos aquí, en este Salón de Honor del antiguo Congreso Pleno, que guarda sinnúmero de hechos decisivos de nuestra historia nacional. Espero que los debates de este Encuentro latinoamericano-europeo rindan frutos y se encamine hacia la formación de criterios compartidos acerca de los enormes desafíos que tiene ante sí el sistema político y la democracia como régimen de convivencia en la sociedad global.

Efectivamente, todos sabemos que estamos viviendo un período crítico de la acción política, una fuerte crítica a sus organizaciones y procedimientos, especialmente a los partidos políticos. A escala global estas fuerzas atraviesan por un período de debilitamiento, su convocatoria se ha reducido notablemente; más aún, hay una grave desconfianza hacia la política y lo que es más preocupante es el hecho que los ciudadanos y ciudadanas no visualizan en el sistema democrático el escenario donde se puedan enfrentar y resolver los problemas que están afectando a millones de personas en esta etapa de la globalización. Ante la desigualdad, la abstención y la apatía, un apolicitismo lleno de resentimiento e irritación social es la expresión de este sentimiento que desgasta la democracia.

El conjunto de este fenómeno complejo y contradictorio redunda en un notorio aumento de la magnitud y profundidad del desafío del cual debiésemos hacernos cargo.

Sin embargo, en general, faltan respuestas que sean exponentes de una voluntad política que se proponga impedir el ensanchamiento de la desigualdad que atenaza la estructura social del siglo XXI. Los planes y también las recetas habitualmente ante la crisis siguen siendo las mismas: ajuste fiscal y restricciones sociales; de ese modo la situación ha empeorado, no se detiene sino que se acentúa la desigualdad social y económica que socava la legitimidad democrática. Dar la espalda a dicha crisis de representatividad no es sólo negligencia, sino que una irresponsabilidad inexcusable. Si ante los desafíos la democracia se ve erosionada y disminuida, sencillamente, no se podrán formular las necesarias respuestas participativas, de ancha y sólida base de sustentación.

El desafío de la política no se resuelve ni con farándula, ni populismo del signo que sea, ni autocomplacencia y vanos autoelogios de lo bien o estupendo de lo que realiza cada administración o lo pésimo y autoflagelante que puede ser una mirada catastrofista. El “autobombo” llegar a ser un opio altamente paralizante y destructivo. El tema de fondo es contrarrestar los intereses corporativos, que como verdaderas tenazas sujetan y anulan los esfuerzos de mayor justicia y equidad; acentuando el descrédito y la desafección ante la política que aparece superada, sobrepasada y estéril ante esta encrucijada global.
Sin embargo, más democracia es el camino.

El malestar social es un fenómeno que se ha instalado no sólo en América Latina, donde se han generado manifestaciones de descontento, ha sido notorio, además, incluso de una manera que ha dejado algunos observadores perplejos que en Europa se hayan llevado a cabo manifestaciones masivas, con la participación de centenares de miles de personas que reclaman del sistema político una respuesta hacia demandas o tareas que no han tenido una solución adecuada. Hay un fenómeno global en el cual se entrelazan el descontento y la desigualdad. Sin embargo, regular el mercado y frenar la inequidad siguen quedando fuera de la agenda.

En este contexto, muchos protagonistas políticos se aíslan y se acentúan las propuestas parciales o circunstanciales. En tal caso, si seguimos por un camino de ausencia de un diálogo estratégico, debidamente asumido por una mayoría política consistente; -no soy alarmista, no creo que mañana o pasado mañana-, pero sí en un mediano plazo, las propias bases de la legitimidad del sistema democrático se van a poner en cuestionamiento. Es decir, no estamos hablando de un proceso que pueda ser desatendido y al cual, simplemente, las fuerzas políticas puedan dar la espalda. Sin un sistema democrático a la altura de las exigencias, las perspectivas se ven mediocres.

Forjar acuerdos, criterios comunes y crear espacio para un diálogo eficaz, es una exigencia inesquivable.

Tal vez, pocas veces como ahora la democracia está ante un desafío tan gigantesco. Hasta hoy, no hay la capacidad democrática suficiente para garantizarle a la sociedad las condiciones de igualdad, de libertad, de solidaridad que se comprometieron con la fundación misma de la modernidad que el mundo ha vivido en los últimos siglos, al desplomarse el absolutismo. Se han separado los vínculos entre tales valores universales. La desigualdad es demasiado fuerte, la restricción de las libertades, a veces, es muy aguda, el espíritu solidario, en muchos casos, se ha desvanecido.

De manera que el dilema ante el cual se enfrenta el sistema democrático es un desafío civilizacional.

Algunos se tientan con las dictaduras, que sólo agravan y aumentan el dolor en las sociedades en que se imponen.

Desde mi punto de vista, este debilitamiento crónico del sistema político democrático se ha establecido por errores de todos nosotros, de parte de los diferentes gobiernos que hemos conformado, pero también por la impotencia de la institucionalidad democrática ante las fuerzas económicas hegemónicas.

Ante ello, hay una demanda de más democracia para potenciar el Estado.

Tan agudo es este fenómeno, reiterado por nosotros tantas veces, que el Presidente Barack Obama, en la investidura de su segundo período, ha planteado una apasionada demanda por la igualdad, al señalar “que la más evidente de las verdades, que a todos se nos ha creado igual”; constituyéndose tal verdad “en la estrella que nos guía”.

No cabe duda que nos duele en el alma la desigualdad.

En la globalización, aquel grito que conmovió hasta sus cimientos las bases mismas del absolutismo, de Igualdad, Libertad, Fraternidad, se ha mermado a un grado alarmante. También hay un credo ideológico que pretende disociar la igualdad de la libertad.

No es así; hombres y mujeres nacemos iguales y por ello somos libres. No se puede ahogar la libertad en el foso de la desigualdad. En su contención y disminución se juega el futuro. La inequidad y la injusticia no pueden ser, finalmente, los sicarios de la democracia. No para reponer el igualitarismo primitivo del estalinismo, sino que para cimentar, desde la diversidad, una civilización fundada en la igualdad y la libertad, tendiente a una senda, un camino, como nos plantean Bobbio y Obama, con una estrella que nos guíe en la formación de una sociedad de hombres y mujeres diversos, iguales y libres. Ése es, ni más ni menos, el gran desafío de nuestra época.

Nuestros debates, el diálogo democrático, son para avanzar en las respuestas para estar a la altura de las circunstancias históricas.
La tarea es lograr la voluntad política necesaria.